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Analistas 18/06/2025

Las barreras del hambre

Un informe reciente del Programa Mundial de Alimentos de la FAO estima que 7,8 millones de colombianos, el equivalente a 15% de la población, necesitarían asistencia alimentaria urgente en 2025. En otras palabras, las Naciones Unidas están diciendo que se avecina una hambruna de grandes proporciones en Colombia.

Vaya uno a saber si esta alarma sea plenamente justificada o no. La FAO ha sido famosa por diagnosticar equivocadamente las situaciones de escasez de alimentos. Como cuando vaticinó en 2015, antes de la crisis humanitaria generada por el régimen socialista, que el “Plan Hugo Chávez” para erradicar el hambre en Venezuela era un ejemplo regional.

Sin embargo, esta alerta de la FAO se ha perdido en la cacofonía noticiosa de los últimos días y el gobierno, acucioso en el pasado en magnificar cualquier declaración internacional que pudiese beneficiarle, ahora guarda silencio. La razón que da la FAO para alertar de la posible crisis alimentaria se debe principalmente al desplazamiento interno de cientos de miles de colombianos por el incremento de la violencia en varias zonas del país y, también, por lo que llaman “causas subyacentes”, que se podría interpretar como producción insuficiente de alimentos.

Lenguaje diplomático aparte, lo que las Naciones Unidas están diciendo es que el responsable de esta situación no es otro que Gustavo Petro. La fracasada “Paz Total” les ha devuelto a los criminales el dominio sobre importantes regiones del país, donde han impuesto su voluntad a sangre y fuego. La presencia del Estado en el territorio ha sido subrogada a las Bacrim, quizás como parte de los acuerdos del Pacto de la Picota que fue funcional para la elección del petrismo en 2022. Y esto ha desplazado por lo menos a 600.000 compatriotas que ahora están ad-portas de morir de hambre, según la FAO.

Mas significativo aún es la anacrónica política de “seguridad alimentaria” impulsada desde el Ministerio de Agricultura. Esta se basa en el microfundio, en la bucólica idea del cultivo del pan coger; la del rancho con dos marranos, tres gallinas y una huerta con maíz. Es la glorificación de la pobreza, decorada con retórica posmodernista sobre valores identitarios (campesinos como “sujetos de derechos”, como si no lo fueran desde 1821) y cosmovisiones ancestrales. Sería bueno que a estos ideologizados burócratas alguien les recordara que ya no estamos en 1960, sino en 2025, donde 80% de la población colombiana vive en las ciudades y lo que necesita es comida abundante y barata.

La única manera de lograrlo es con agroindustria. Con grandes cultivos mecanizados que aprovechen las inmensas extensiones agrícolas que existen en Colombia sin explotar. En vez de perseguir a los menonitas y los empresarios del agro, como lo han hecho en este mandato, el próximo Gobierno tiene el deber de crear las condiciones jurídicas para que se pueda desarrollar una agricultura moderna, con eficiencias de escala, capital, tecnología y conexión con los mercados internacionales. Si queremos acabar con el hambre no necesitamos menos capitalismo, sino más.

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