MI SELECCIÓN DE NOTICIAS
Noticias personalizadas, de acuerdo a sus temas de interés
En tiempos donde el debate sobre educación gira en torno a reformas legales, financiamiento o nuevas tecnologías, vale la pena recordar lo esencial: la educación superior es, ante todo, un proyecto ético y político. No basta con formar profesionales competentes; necesitamos formar ciudadanos comprometidos, líderes sensibles, transformadores sociales. Y eso solo es posible si empezamos por cuidar a los estudiantes. Por mirarlos a los ojos, por invertir en su bienestar integral y por construir una institución que no excluye al que duda, que no castiga al que fracasa, que no ignora al que se cansa. Una institución que acompaña como una forma de esperanza. Porque educar de verdad es acompañar con corazón.
La deserción estudiantil, que ronda el 45% en programas de pregrado en muchas IES, especialmente en regiones apartadas y contextos vulnerables, no es un fenómeno marginal sino una herida profunda en el sistema educativo. Nos recuerda que el acceso, por sí solo, no garantiza la equidad. Una puerta abierta no basta si detrás no hay un puente, un acompañamiento, un sentido. Muchos estudiantes llegan a las aulas sin redes de apoyo, con vacíos formativos, con presiones económicas, familiares o emocionales que terminan expulsándolos del sistema. Las IES, entonces, no se convierten en oportunidad, sino en frustración.
En este escenario, acompañar es más que asistir. Es mirar al estudiante como sujeto integral: con historia, sueños, miedos y potenciales. Es entender de dónde viene, qué le preocupa, cómo vive, qué le impide continuar. Y sobre todo, qué lo inspira a seguir. No se trata solo de reforzar habilidades académicas, sino de construir vínculos que sostengan y empoderen. Frente a estas realidades las IES colombianas han comenzado a implementar modelos de acompañamiento que articulan apoyos académicos, psicosociales, económicos y comunitarios. Algunas han creado programas de mentoría, tutorías entre pares, redes de apoyo emocional, sistemas de alerta temprana, e incluso líneas de ayuda que funcionan 24/7.
Otras han ido más lejos incorporado tecnologías emergentes como la inteligencia artificial para personalizar el acompañamiento. Agentes conversacionales, plataformas adaptativas o sistemas predictivos que permiten estar más cerca de los estudiantes. Esto no sustituye al ser humano, pero lo potencia. Permite detectar a tiempo señales de riesgo, ofrecer orientación oportuna y mantener un canal de diálogo constante.
El Estado colombiano ha hecho esfuerzos valiosos en materia de acceso y financiación. Sin embargo, no existe aún una política pública robusta para la permanencia estudiantil. La Ley 30 de 1992 no contempla este eje como parte estructural del sistema. No hay un fondo nacional que financie programas de bienestar integral. Si queremos que la educación superior sea verdaderamente equitativa, es urgente que el Ministerio de Educación reconozca que la permanencia no es un lujo, sino un derecho. Tal como se invierte en investigación, en acreditación o en infraestructura, debe haber recursos públicos específicos para el acompañamiento integral. El éxito de una IES también debe medirse por la forma como cuida a sus estudiantes, cómo los sostiene, cómo reduce su deserción y cómo les ayuda a transformar sus vidas.
Esto nos lleva a una conclusión poderosa: la permanencia no se decreta desde el aula, se construye desde el vínculo. Y ese vínculo no puede ser solo técnico, debe ser humano. Debe escuchar, acoger, comprender, inspirar. Debe decirle al estudiante: “tu historia importa, tu dolor nos importa, tu sueño vale la pena”.
El resumen de esa corta entrevista que no llegó a publicarse es que el “prime” de la narco cultura sigue en su máximo resplandor. Un delincuente, si tiene poder económico, ya no es tan delincuente