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En el mundo empresarial existe una ley tan fundamental como la gravedad: para crear valor hay que correr riesgos. Es matemática pura. Los mercados competitivos no permiten saltos significativos sin apostar. Más valor siempre requiere más riesgo, menos riesgo inevitablemente produce menos valor.
Pero en las juntas directivas de América Latina, esta ley está completamente rota.
Los miembros de juntas latinoamericanas enfrentan más riesgo que nunca en la historia corporativa. La responsabilidad penal de las personas jurídicas los convierte en potenciales criminales por decisiones empresariales. Los escándalos mediáticos destruyen reputaciones en 24 horas. Las regulaciones cambian cada mes: hoy es ESG, mañana ciberseguridad, pasado mañana inteligencia artificial.
En países como Colombia, Chile y México, ser director significa firmar documentos que pueden llevarte a prisión si algo sale mal, mientras navegas entre marcos regulatorios que evolucionan más rápido que tu capacidad de comprenderlos.
¿Y su capacidad de aportar valor? Cayendo en picada.
La obsolescencia digital es brutal. Directores que tomaron decisiones brillantes en los 90 ahora aprueban inversiones en tecnologías que no entienden. Los cambios generacionales los han dejado desconectados de consumidores millennials y Gen Z. Las disrupciones tecnológicas ocurren a velocidades que sus marcos mentales no procesan.
El resultado: la ecuación fundamental está invertida. Más riesgo personal, menos capacidad de agregar valor real.
Esta inversión perversa ha creado un fenómeno preocupante: juntas directivas que funcionan como búnkers. Se enfocan obsesivamente en protegerse, cumplir regulaciones al pie de la letra, y generar reportes impecables que los blinden de responsabilidades.
Pero no crean. No innovan. No toman las decisiones audaces que sus empresas necesitan para prosperar en mercados disruptivos.
Sus empresas sobreviven, pero no prosperan. Están “bien gobernadas” (en el papel), pero se vuelven progresivamente irrelevantes en la realidad.
Arreglar esta ley rota requiere una transformación radical del rol directivo en tres frentes:
Inversión en relevancia: Las juntas deben destinar recursos significativos a mantenerse actualizadas tecnológica y socialmente, no solo regulatoriamente.
Redefinición del riesgo: Distinguir entre riesgos regulatorios (que hay que mitigar) y riesgos de negocio (que hay que gestionar inteligentemente para crear valor).
Transformación del rol: Pasar de supervisores defensivos a catalizadores proactivos, involucrándose en la co-creación estratégica desde etapas tempranas.
¿Qué porcentaje de su tiempo dedican a crear oportunidades futuras versus protegerse de riesgos pasados? ¿Sus directores entienden realmente las disrupciones que están aprobando enfrentar? ¿Están agregando valor real o solo administrando miedos?
La empresa que restaure esta ley fundamental tendrá una ventaja competitiva decisiva. Las que permanezcan en el búnker quedarán atrapadas en la mediocridad de un gobierno corporativo que protege, pero no impulsa.
P.D.: La próxima vez que firmen un acta, pregúntense: ¿estamos reparando la ley rota o perpetuándola?
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